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tro modo de explicar el anacronismo de concluir “Los héroes y el culto de los héroes” con Cromwell es decir que Carlyle no consideró a Cromwell como parte del pasado sino como un héroe del presente. Desde finales de 1838, había estado considerando si la era puritana (Puritan) podría ser el tema de su próximo libro, presentando su primera defensa pública de Cromwell en sus conferencias sobre las revoluciones modernas durante la primavera de 1839, y después ultimando las conferencias sobre los héroes con Cromwell al año siguiente (CL, 11: 246). Inmediatamente después de completar tales ponencias, comenzó a leer extensamente sobre las guerras civiles y sobre Cromwell, a quien ahora consideraba como el “último rey de Inglaterra” (CL, 14: 8, n. 4). Sin embargo, quería hacer algo más que escribir una historia; quería casi literalmente devolver a Cromwell a la vida a fin de “salvar a un héroe para su país” (17). Convencido de que “la única esperanza que ayudaría” a su “propia generación pobre… consistía en la posibilidad de nuevos Cromwells y nuevos puritanos”, “rezó diariamente por un nuevo Oliver” (RWE, 328; CL, 14: 184; véase 210). La Revolución puritana quedó incompleta porque el asentamiento de 1660 había dado marcha atrás al reloj y restaurado el antiguo orden social. Carlyle buscó completarla durante su propia era, reinstaurando la reputación de Cromwell y alentando la emergencia de un héroe cromwelliano.

Para lograr este objetivo, Carlyle necesitó crear una “nueva forma [literaria] desde el centro a la periferia” que facilitara el que la historia épica remodelara el presente así como reflejara el pasado (LL, 1: 300). Dado que consideraba la historia como épica (lo que el presente cree que es verdad) la historia estaba tan interesada en el presente como en el pasado. El problema fue que, igual que la Revolución puritana había sido suspendida mediante el asentamiento de 1660, así también la elaboración de la épica inglesa fue anulada por el fracaso de los autores ingleses. Inglaterra conservaba material para una historia épica, se lamentaba Carlyle, pero la literatura inglesa había fracasado a la hora de expresar “lo que les gustaba a los dioses representar”; en vez de una Biblia épica, había producido sólo “Los pares de Inglaterra de Collins y montones ilegibles de basura tipo torpedo” compuestos de historias tediosas (Fielding y Tarr, 18). Igual que [102/103] esperaba inspirar la aparición de un nuevo Cromwell, así esperaba que su historia sobre la Revolución puritana proporcionara una épica para el siglo XIX. El siglo “XVII” “no merece la pena”, concluyó, “excepto precisamente en que se puede convertir en el siglo XIX” (RWE, 328).

Sin embargo, Carlyle no tuvo éxito en la creación de la “nueva forma” que necesitaba. “Ninguna obra que he emprendido se lleva peor conmigo que ésta de Cromwell”, escribió. “Por mi vida que no sé cómo tomarla, cómo introducirme en su corazón, qué diablos hacer con ella. Durante muchos meses he permanecido a su vera acosándola, literalmente ciñéndola por todos los frentes, observando si desde algún lado podría ser admitido en su seno” (fol. 95 y v.). Protestaba repetidamente de que sería “imposible” descubrir la realidad de la historia puritana bajo “los montones de basura” de documentos que había dejado atrás (CL, 14: 229; véase LL, 1: 299, 360; RWE, 350). Aunque quería creer que Cromwell podía todavía vivir para el presente, descubrió que su héroe estaba encerrado con llave en un pasado inaccesible, quejándose a menudo de que no se pudiera hacer de la Revolución puritana algo tan atractivo como La Revolución francesa (French Revolution) debido a que no estaba, como ésta última, aún viva en la mentalidad de sus contemporáneos (CL, 11: 15, 12: 305, 14: 8; Fielding y Tarr, 16).

Entre 1839, cuando comenzó a trabajar en Cromwell, y 1844, cuando simplemente decidió editar las cartas y discursos de éste, Carlyle continuó infructuosamente buscando una forma literaria que pudiera fundir el pasado con el presente. “Intentó crear escenas como la “Procesión” en La Revolución francesa con el fin de encontrar un núcleo estructural para la historia en una lista de “Momentos” y en un escenario dramático, incluso escribir “versos”, pero ninguno de estos conatos devolvió a la vida a Cromwell (Forster, fols. 93, 105 v., 154; LL, 1: 299). Las dificultades se hacen manifiestas en sí mismas en un breve pasaje que literalmente pretende revivir a Cromwell como un fantasma que habla, como el fantasma del padre de Hamlet, ante los modernos hijos de Inglaterra:

Ahora no tenemos ningún Cristo del Evangelio, ni ningún ministro piadoso, sino una Carta constitucional del pueblo y el comercio libre del maíz. Mis pobres y amados compatriotas, desgraciadamente los sacerdotes se han convertido en quimeras y en vuestros señores… se adhieren al terreno lleno de rastrojos con arbustos secos para preservar sus perdices [Fielding y Tarr, 16].

En vez de unir los siglos, sin embargo, la sintaxis del siglo XVII de Cromwell chirría en contra del vocabulario incongruente decimonónico, sonando ridícula más que portentosa. Parte del problema de Carlyle fue que, mientras La Revolución francesa estuvo dominada por el discurso, intentó que el libro sobre Cromwell estuviera controlado por la acción. En un punto, buscó enfatizar la acción moldeando [103/104] la historia bajo la forma de un drama épico en doce actos. No obstante, aunque la huida del rey Carlos, como la “Noche de las espuelas” en i>La Revolución francesa, proporcionó “una escena dramática”, en general, estimó que la historia de las guerras civiles no contenía “ninguna acción” y que “no era trágica” (9-10). Las batallas de acción procurarían las gestas, pero éstas no serían de una clase muy dramática ni simbólica y, al final, casi la mitad del escenario dramatiza los altercados entre Cromwell y el parlamento, exactamente lo que Carlyle quería evitar.

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Ya en 1841, según vio cómo Inglaterra se iba deslizando hacia la peor recesión económica del siglo, Carlyle se empezó a sentir desalentado ante su incapacidad para progresar en su trabajo sobre Cromwell. En mayo de 1842, conforme viajaba hacia y desde Escocia, fue golpeado por la visión de fábricas paradas en Manchester, perturbándose ante los encuentros con trabajadores agrícolas empobrecidos (CL, 14: 178, 183-84). Cuando los Tories finalmente retomaron el poder en 1841, había predicho que Peel rápidamente abrogaría las Leyes del grano (Corn Laws), pero éste tardó en actuar (CL, 13: 139). En la primavera de 1842, el parlamento se negó nuevamente a recibir una petición cartista (Chartist) y aquel verano los levantamientos y los disturbios se extendieron por todo el país incluso hasta su nativo Annandale (CL, 14: 214). Carlyle dictaminó que Inglaterra necesitaba una “clase muy diferente” de Primer ministro, “un nuevo Oliver” (CL, 14: 184; véase 24, 39, 224).

En agosto, durante el aniversario de Peterloo, Carlyle se percató de que estaba ocurriendo una insurrección de trabajadores en Manchester (Bliss, 152). Cinco días después, dándose cuenta de que el motín aún perduraba, informó a Jane Carlyle de que él estaba “escribiendo, escribiendo; Dios sabe en qué precisamente” (Bliss, 153). Había comenzado Pasado y presente. Decidido a usar el pasado para dirigirse a la nación sobre la cuestión de esta crisis, abandonó Cromwell y el siglo XVII a favor del siglo XII y del abad Sansón. Mientras visitaba entornos asociados con Cromwell ese otoño, vio en el contraste entre el taller de San Ives y las ruinas cercanas de la abadía de San Edmundo la relación entre el pasado y el presente que había estado buscando ilustrar. Tras intentar escribir sobre Cromwell durante más de tres años sin éxito, completó en tan sólo un par de meses Pasado y presente, su trabajo de crítica social más poderoso.

Mientras el uso del pasado en Pasado y presente perseguía abastecerlo con la visión de una sociedad alternativa ausente en Cartismo, Carlyle también necesitó determinar cómo dirigirse a su audiencia. Abordando los partidos políticos existentes en Cartismo, se había circunscrito [104/105] a la política faccionaria del presente. En Pasado y presente volvió hacia las clases gobernantes inglesas, los propietarios de tierras aristocráticos y los industriales de la clase media en sí mismos, más que hacia los partidos que los representaban en el parlamento. Mientras Cartismo quería crear Tories radicales, Pasado y presente intentaría transformar a los industriales adinerados en los capitanes de la industria.

Esta estrategia evolucionó en el diálogo con los críticos de Cartismo, particularmente con William Sewell en La revista trimestral y con Herman Merivale en La revista de Edimburgo. Aunque Sewell y Carlyle tenían poco en común, cada uno encontró alguna razón para que el otro le agradara. Carlyle guardaba poco respeto por la fe de Sewell inspirada en Pusey, en la Iglesia de Inglaterra (Church of England), pero prefería la creencia de Sewell en una religión muerta antes que el “ateísmo” radical de Merivale ("atheism", CL, 12: 282; véase 292). Para Carlyle, la insistencia de Merivale de que la intervención del gobierno no podría eliminar el hambre era equivalente a argumentar que dado que “la inanición y la miseria entre las clases más pobres es perpetua y eterna… todo buen gobierno consiste en unir a las clases con dinero y en oprimir a esa clase miserable, matando a los cerdos sin que chillen” (CL, 12: 204; véase 206, 264, 282, 291-92). Carlyle tomaría prestado el discurso teológico de Sewell para contrarrestar el razonamiento cruel del Utilitarianismo de Merivale (utilitarianism) y para proporcionar un centro ético a su análisis de la sociedad contemporánea.

Simultáneamente, Carlyle no pretendió dirigirse nuevamente a los Tories; en lugar de ello, concibió una clase gobernante que combinara el liderazgo jerárquico y la fe religiosa de los Tories con la industria radical Whig e impulsar la reforma. Más que hacer un llamamiento a los políticos, lo haría a los industriales, exigiendo que hicieran de los principios de la justicia los cimientos de sus prácticas de negocios: “debemos poseer barones industriales de una especie adecuada y bastante novedosa; trabajadores lealmente relacionados con sus patronos, relacionados en Dios… ¡no sólo relacionados en Mammón! Ésta será la aristocracia real” (CL, 13: 317). Carlyle escribió esto a James Garth Marshall de la familia Marshall a quien sus escritos habían ya influenciado y que había intentado implementar algunos de sus principios en Temple Mills. En las cartas de Carlyle a Marshall, que claramente buscan inspirar a Marshall para convertirse en un capitán industrial, podemos ver cómo Carlyle comienza a imaginar la audiencia principal de Pasado y presente. En hombres como Marshall y en el empresario cuáquero mencionado en el documento de Chadwick para la comisión sobre la Ley de los pobres (Poor Law), Carlyle pensó que vio allí el “punto de partida de una baronía industrial real” (CL, 13: 325).

En 1842, cuando inició Pasado y presente, Carlyle tenía toda la razón [105/106] para creer que sus análisis y soluciones se tomarían en serio. Su reputación nunca había sido superior y su autoridad ya estaba siendo usada para apoyar las llamadas a la reforma. El octubre anterior, se enteró de que el editor de Los tiempos en Manchester había reeditado su descripción sobre los disturbios que desencadenaron la Revolución francesa como un “Alegato por los pobres” (CL, 13: 278). Más tarde ese mismo otoño, en la conclusión de su ensayo sobre Las cartas y diarios de Robert Baillie, intentó por primera vez y públicamente hacer al pasado hablar al presente cuando irónicamente comparó el “derecho divino” de los hacendados de la región (los defensores más acérrimos de las leyes del grano) para aprovecharse a costa de los pobres con el derecho divino de los reyes (CME, 4: 259). Los periódicos tomaron el pasaje satírico y lo reeditaron extensamente bajo el título “El derecho divino de los hacendados”. Carlyle se sentía claramente encantado con que una “palabra suya” pudiera “ayudar a aliviar al mundo de una opresión insoportable” (CL, 14: 7). Estuvo también satisfecho cuando su hermana preguntó si le iban a nombrar “rey”. Aunque replicó que no había “peligro” en tal eventualidad, de hecho, había disfrutado largamente imaginando lo que haría si “le convirtieran en el Cromwell de todos” (CL, 14: 47). Sabía que no podía ser soberano, pero al menos podía emplear sus palabras inspirando a otro para que se transformara en el nuevo Cromwell.


Actualizado por última vez el 14 de octubre de 2002; traducido el 31 de julio de 2012