La siguiente historia sobre los orígenes de los tratados religiosos que constituye un tercio de las tres partes de la discusión de los autores sobre dicha temática, procede del décimo volumen de Enciclopedia de la literatura bíblica, teológica y eclesiástica. George P. Landow ha escaneado, formateado e hipervinculado el texto que conforma una postura protestante evangélica. [Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]
Aparte de la circulación de secciones de las Sagradas Escrituras en forma fragmentada o en tratados, el uso de éstos como un agente de utilidad religiosa data desde los albores de la Reforma europea. Mucho antes de la invención de la imprenta, los primeros reformadores distribuyeron sus pequeños tratados para despertar e instruir al pueblo que aún se encontraba bajo la sombra de la Edad Oscura. Los escritos de Wycliff fueron unos instrumentos altamente provechosos. Produjo más de cien volúmenes, pequeños y grandes, además de traducir la Biblia. No obstante, muchas de sus obras fueron quemadas y se prohibió leerlas bajo pena de muerte, aunque se extendieron por todas partes. Como semillas de verdad arrojadas al viento, arraigaron en el suelo del Continente y dieron frutos durante los años posteriores. Las obras producidas por los escritores de ese periodo, aunque fueron de gran utilidad, se vieron enormemente menoscabadas en su circulación debido al tamaño y al coste de la forma manuscrita en la que fueron emitidas.
La invención de la imprenta durante el siglo XV eliminó muchos de los formidables obstáculos en la difusión de la verdad y estimuló enormemente los esfuerzos literarios de aquellos que luchaban por reformar la Iglesia. Apareció Lutero y mediante sus escritos poderosos y aquellos de sus asociados, millones de personas fueron conducidas a renunciar a sus errores sobre los cuales anteriormente no habían tenido un conocimiento mejor. Los empeños de los reformadores posteriores se caracterizaron por uno de sus oponentes: “Los evangelistas actuales saturan el reino con tantos libros pequeños y repulsivos que se asemejan a las plagas de langostas que infestaron la tierra de Egipto”. Fox, el especialista en martirología, se regocija en la obra y la promesa del arte de la impresión en un lenguaje como el siguiente: “Dios ha abierto la imprenta para predicar, cuya voz el Papa nunca será capaz de detener con todo el poder de su triple corona. En esta imprenta, como mediante el don de lenguas y el don singular del Espíritu Santo, la doctrina del Evangelio, resuena por todas las naciones y los países bajo el firmamento; y lo que Dios ha revelado a un solo hombre se ve dispersado ante muchos, y lo que se ha dado a conocer a una nación, se vuelve accesible para todas”.
Durante el siglo XVII, podemos encontrar los diversos rastros dejados por asociaciones que promovieron la labor de la imprenta y la venta de las obras religiosas, al tiempo que grandes beneficios derivaron de los esfuerzos de individuos concretos, tanto en Inglaterra como en el Continente. A la larga, se comenzaron a desencadenar movimientos a gran escala como empeños conjuntos por difundir la verdad bajo la forma impresa. Las primeras organizaciones de este tipo, aunque no eran estrictamente hablando sociedades tractarianas, prepararon y en cierto sentido introdujeron, las grandes instituciones que ulteriormente se conformaron con el objeto exclusivo de editar y poner en circulación los tratados religiosos. En 1701, la Sociedad para la promoción del conocimiento cristiano se estableció en Inglaterra, y en 1742, el reverendo John Wesley, continuando con su trabajo evangélico en Gran Bretaña, comenzó a imprimir y a hacer circular tratados religiosos mediante su dedicación personal y la cooperación de los predicadores asociados con él. En 1750, la Sociedad para la promoción del conocimiento religioso entre los pobres se organizó, y en 1756, surgieron sociedades que perseguían un propósito parecido tanto en Edimburgo como en Glasgow. Aunque las tres sociedades nombradas llevaron a cabo una buena labor, su funcionamiento no fue permanente. En 1782, el señor Wesley instituyó una Sociedad para la distribución de los tratados religiosos entre los pobres; en la publicación de las propuestas de la Sociedad, se comentaba: “no puedo sino recomendar encarecidamente esto a todos aquellos que deseen ver el verdadero Cristianismo escriturario difundido por todas estas naciones. Los hombres que no han despertado no se tomarán la molestia de leer la Biblia, dado que no encuentran satisfacción en ella, pero un pequeño tratado puede llamar su atención durante media hora, y puede, mediante la bendición de Dios, prepararlos para seguir adelante”. La pertenencia a la Sociedad requería la suscripción de media guinea o más, precio por el que se entregaba anualmente una parte de los tratados. Las publicaciones de la Sociedad por aquel entonces sumaban un total de treinta y comprendían Alarma de Alleine, Llamada, Diez sermones breves, Una palabra a un soldado, Una palabra a un marinero, Una palabra para el que blasfema, Una palabra para el que incumple con el Sabath, Una palabra para el beodo de Baxter, etc. No resulta difícil ver en la enumeración de más arriba, el germen de las mayores sociedades tractarianas que existen en la actualidad. Su carácter, especialmente cuando se pone en conexión con los métodos del señor Wesley de suministrar libros religiosos dondequiera que sus sociedades existieran o sus predicadores fueran, acreditó plenamente la siguiente afirmación de su biógrafo, Richard Watson: “Fue probablemente el primero en usar, dentro de una amplia escala, estos medios popularmente reformistas”. Hacia 1790, Hannah More apareció como escritora de tratados populares. Su primer tratado, titulado William Chip, se publicó anónimamente. Sintiéndose animada por su recepción, preparó, con la ayuda de sus hermanas, una serie de publicaciones menores intituladas The Cheap Repository Tracts. En un memorándum privado, publicado tras su fallecimiento, dijo: “He dedicado tres años a este trabajo, y dos millones de estos tratados estuvieron listos durante el primer año. Dios trabaja por medio de instrumentos débiles para mostrar que la gloria es toda Suya”. A partir de ese momento, el número de personas que ayudaron a publicar y poner en circulación tratados de diversos modos aumentó considerablemente. Entre ellas, se debe hacer una mención honorable a Mrs. Rebecca Wilkinson de Clapham, al reverendo Charles Simeon de Cambridge, y al reverendo John Campbell de Edimburgo.
Bibliografía
M´Clintock, John, y James Strong. Cyclopædia of Biblical, Theological, and Ecclesiastical Literature. Nueva York: Harper y Brothers, 1894. X, 513.
Modificado por última vez el 29 de abril de 2010; traducido 6 de octubre de 2011