[éptima parte de «El renacimiento religioso y la transformación de la sensibilidad inglesa a principios del siglo XIX © Herbert Schlossberg. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

unque el lenguaje y las ideas evangélicas dominaron cada vez más la sociedad inglesa, incluso después de que el poder religioso esencial del movimiento hubiera comenzado a desvanecerse, el Evangelicalismo no era el único movimiento religioso influyente de la era. En Oxford, un grupo de académicos y sacerdotes anglicanos estaban cada vez más descontentos con la falta de seriedad con la que la institución consideraba sus deberes religiosos, con el fracaso para apreciar la herencia católica de la Iglesia, en particular su visión histórica y teológica previa a la Reforma y con su Erastianismo — la disposición a subordinar sus exigencias legítimas y las prerrogativas de la Iglesia ante los requerimientos de la política estatal. Estos líderes tan conocidos eran John Henry Newman, John Keble, y Edward Pusey, y su método preferido era una serie de publicaciones que habían comenzado en 1833 a las que llamaron «tratados» (tracts), de ahí que se les conociera como los tractarianos (y también como el Movimiento de Oxford). Estas piezas argumentativas atacaban lo que los eclesiásticos de la Iglesia alta consideraban como la debilidad imperante en la Iglesia, y en particular el asalto de lo que llamaban el «liberalismo». Con esto se referían tanto a la laxitud doctrinal y la inatención a muchos aspectos de la rica herencia de la Iglesia como a las tendencias políticas que amenazaban el estatus de la Iglesia como institución nacional. Esto incluía el Erastianismo y la otra cara de la moneda, que era la creciente agitación por la separación del Estado. La escisión de la posición favorecida de la Iglesia dentro del Estado no procedía exclusivamente del descreimiento como a veces los tractarianos daban a entender, sino que fue principalmente impulsada por la disidencia, que se encontraba en comparación con los anglicanos en una situación realmente complicada, incluyendo su habilidad para participar plenamente en la vida universitaria. Richard Hurrell Froude, un joven asociado de Newman y Keble y miembro de Oxford que falleció a la edad de treinta y tres años, respondió duramente ante la idea de que la debilidad de la Iglesia se debía al Estado y sostuvo que la causa verdadera era la decepción del clero. La pretensión de que Inglaterra era una nación cristiana imposibilitó la instauración de la disciplina eclesiástica dado que dejaría al descubierto la falsedad de la apariencia. [Froude, Remains, 1: 273. Newman publicó póstumamente estos volúmenes procedentes de los escritos misceláneos de Froude].

Es común en la literatura considerar a los tractarianos como antitéticos a los evangélicos, quienes en ocasiones son llamados el partido de «la Iglesia baja». Aquí se da desafortunadamente una combinación de errores. Originalmente, los evangélicos eran opuestos a los eclesiásticos pertenecientes a la Iglesia baja, quienes tendían a ser latitudinarios y anti-nomianos, devotos de la laxitud doctrinal y moral que los evangélicos desacreditaban. De este modo, los evangélicos eran aliados naturales del movimiento tractariano, aunque hacia la época en la que los tratados comenzaron a aparecer en 1833, la generación Clapham o bien estaba muerta o pronta a extinguirse y sus sucesores no eran tan prometedores como sus colegas. La desconfianza de Keble hacia los evangélicos radicaba principalmente en lo que él pensaba que era su confianza sentimental hacia la negligencia del deber y de la personalidad más que de sus posiciones afianzadas. Se sentía más cerca de ellos que del Latitudiarianismo en contra del cual reaccionaron [Lock, John Keble, 19f]. Henry Liddon, el biógrafo del siglo XIX de Pusey argumentó que el renacimiento evangélico era una reacción frente a la enseñanza de la Iglesia de una moralidad natural y libre que ignoraba a Jesucristo y que había tomado forma dentro y fuera de la Iglesia anglicana. Aunque crítico con lo que él consideraba la naturaleza «uniforme» del movimiento, Liddon lo trató casi como la salvación del Anglicanismo, describiendo la actitud de Pusey en términos similares: « . . . y hasta el último día de su vida, Pusey retuvo ese amor de los evangélicos al que con frecuencia se refería, y que se avivó mediante los esfuerzos evangélicos por hacer de la religión un poder vivo en una época fría y tenebrosa» [Liddon, Vida de Edward Bouverie Pusey, 1: 254]. El erudito sueco Yngve Brilioth estaba tan convencido de las afinidades naturales entre el Evangelicalismo y el Tractarianismo que preguntaba retóricamente: «¿Faltaría a la verdad llamar a Pusey uno de los grandes evangélicos ingleses?». La himnodia, pensaba, sugería la misma conclusión; el movimiento de la Iglesia alta ayudó a incorporar una amplia gama de himnos evangélicos al uso común de la Iglesia, incluyendo a los de la disidencia [El Evangelicalismo y el movimiento de Oxford, 35-38, 46ff]. Liddon retrató a los tractarianos como preocupados con la penetración del liberalismo dentro de la Iglesia. Creían que la única defensa frente a ello pasaba por la apropiación de los aspectos de las tradiciones de la Iglesia que los evangélicos ignoraban [Liddon, Vida de Pusey, 4:1].

Existía un legado evangélico pronunciado en los tractarianos. La conversión de Newman bajo el ministerio de un profesor de universidad calvinista y de Oxford, Walter Mayers del Pembroke College, fue clásicamente evangélica. Aunque para cuando Newman escribió sus memorias, había abjurado hacía mucho tiempo del Protestantismo, confirmó explícitamente su experiencia de conversión. Llamó a Mayers «un hombre excelente», y afirmó que «gracias a la misericordia de Dios» nunca había repudiado la doctrina aprendida por entonces, y sobre su conversión dijo que estaba más seguro de ella de que tenía manos y pies. Para estar convencido, rechazó la doctrina típica calvinista de la «perseverancia de los santos» y la convicción de que la conversión y la justificación eran lo mismo así como toda la Eclesiología protestante, [Newman, Apologia Pro Vita Sua, 24-27. Para cuando escribió esta obra, Newman ya consideraba al Luteranismo y al Calvinismo herejías (148)], pero aún así siguió compartiendo mucho con los evangélicos, especialmente en el contexto de sus adversarios comunes. Henry Manning fue otro anglicano de la Iglesia alta que tuvo una historia de conversión similar a la de Newman. [Existe un buen relato de la conversión evangélica de Manning en Newsome, Los Wilberforces y Henry Manning, 148f. Newsome incluye un breve testimonio de Manning después de su conversión: «Todo esto provocó un nuevo pensamiento en mí — no ser un sacerdote en el sentido de mi antiguo destino, sino renunciar al mundo y vivir para Dios y sus almas . . . Durante mucho tiempo recé y fui habitualmente a la iglesia. Fue un punto decisivo en mi vida . . . Sin lugar a dudas fue una llamada de Dios así como todo lo que desde entonces me ha dado . . . »]. Tres hijos de William Wilberforce — Samuel, Robert y Henry — estuvieron fuertemente vinculados a los tractarianos de Oxford no sólo cuando estudiantes sino posteriormente. Y eclesiásticos de la Iglesia alta como el futuro primer ministro, William Gladstone, mantuvo a menudo tales convicciones evangélicas que podría denominarse a todos ellos como evangélicos. Esta frontera ondulante y difusa entre los dos movimientos fue algo natural, cuando se tiene en cuenta que las preocupaciones principales de los tractarianos no fueron externas, como a menudo sostenían sus acusadores, sino localizadas en la religión interior del corazón — que es lo que los evangélicos siempre enfatizaban. El año cristiano de Keble era un libro de poesía devocional que tuvo un impacto extraordinario en todos los partidos con este tipo de inclinación. Como expresó Newman, «Keble fue original y despertó en miles de corazones una nueva música, la música de una escuela desconocida largamente en Inglaterra» [Apologia 38].

Se podría argumentar que fue la versión poética de los predicadores evangélicos en el apogeo de su eficacia, diseñada para despertar a una Iglesia dormida. Este tipo de fervor interno, y no nostalgia con formas medievales, es lo que motivó a los tractarianos. [Al decir que los tractarianos no eran meros proveedores de nostalgia medieval, no niego su admiración consciente por tal periodo. Eran seguidores entusiastas de las novelas de Walter Scott y abiertamente reconocieron su deuda con él. Lamentaron la muerte de Scott y cada año durante su aniversario celebraban un misa conmemorativa, en la que se leía el poema de Keble procedente de El año cristiano. Algunos de los oponentes de los tractarianos criticaron a Scott también debido a su relación. Véase Cruse, Los victorianos y sus lecturas, 34f]. Si los evangélicos estaban preocupados con la justificación, los tractarianos estaban igualmente preocupados con la santificación, la lucha por la santidad y el fervor interior. [Reardon en De Coleridge a Gore defiende a ultranza este punto, 118]. Pero ésta era una cuestión de énfasis y ninguna parte negaba la otra doctrina, independientemente de las diferencias concebidas en el camino. A principios del Tractarianismo, era posible hacer causa común con los evangélicos como cuando entraron en connivencia para frustrar el nombramiento de un profesor regio no ortodoxo de divinidad en Oxford.

Pero la alianza no podía durar. Fracasó en gran parte porque los evangélicos y otros sospecharon que los tractarianos de la Iglesia alta eran, a pesar de sus protestas, pretextos para el Catolicismo romano. Esta sospecha se convirtió en casi una certeza con la publicación en 1840 del Tratado número noventa de Newman que argumentaba que los Treinta y nueve artículos, y que la constitución de facto de la Iglesia anglicana, correctamente comprendidos, eran compatibles con la Iglesia de Roma. La tormenta que el tratado noventa desató, como escribió posteriormente Newman, puso punto y final a su inutilidad en la tarea de influenciar el curso de la Iglesia anglicana:

Vi claramente que mi lugar en el movimiento había desaparecido; la confianza pública se terminó; mi trabajo concluyó. Era simplemente imposible que cualquier cosa que dijera pudiera tener un efecto positivo cuando se me había asignado como puesto la despensa de cada departamento de mi universidad, como si se tratase de un pastelero desafortunado, y cuando en cada lugar de mi país y en cada clase social, a través de todo órgano y canal informativo, en los periódicos, en las reuniones, en las revistas, en los púlpitos, en las comidas, en las cafeterías, en los vagones de tren, yo era denunciado como un traidor que había abandonado su tren y había sido detenido justo a punto de incendiarlo en contra de la sociedad consagrada [Apologia, 100].

Cuando Newman se convirtió al Catolicismo romano en 1845 los restos hechos jirones del movimiento tractariano llegaron a su fin. Aquéllos que habían sospechado que Newman había hecho contrabando con las legiones del Papa dentro de las murallas del Anglicanismo, creyeron que habían sido vengados y grandes segmentos del público estuvieron de acuerdo con ellos. La carnicería en la Iglesia de Inglaterra (Church of England) fue espantosa. Un número de discípulos de Newman y muchos otros también acabaron con él o poco después. Henry Manning, entonces viudo, se convirtió en un sacerdote católico romano y posteriormente en obispo de Westminster y más tarde en cardenal. Muchas familias se desgarraron. El libro de David Newsome Los Wilberfoces y Henry Manning relata la lucha dentro de la familia Wilberforce cuando Robert y Henry, su padre había fallecido mucho tiempo atrás, se convirtieron a Roma mientras que Samuel se convirtió en uno de los obispos anglicanos más energéticos e influyentes del siglo.

[Omito del estudio presente cualquier consideración del movimiento ritualista en la Iglesia de Inglaterra porque ocurrió después del periodo que estoy considerando. Algunos eruditos afirman y algunos niegan que este movimiento fue una continuación de los tractarianos. Se remontaba a la tradición cristiana en la Iglesia y a sus rituales antiguos en particular. Los enemigos de todas las manifestaciones de la Iglesia alta en los últimos dos tercios del siglo tendieron a agruparlos como «Puseyismo», aunque Pusey nunca recurrió demasiado a los rituales católicos. Además de Brilioth, El Evangelicalismo y el movimiento de Oxford, véase Voll y su Evangelicalismo católico. Voll simpatiza en gran medida con la obra de Brilioth, aunque opina que los ritualistas posteriores exhibieron rasgos evangélicos de modo muy superior a los tractarianos. Cree que el movimiento ritualista estuvo fuertemente influenciado por el Metodismo, siendo el vínculo entre ambos Alexander Knox, un teólogo laico de la Iglesia de Irlanda].

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Modificado por última vez el 4 de abril de 2002; traducido 2 de noviembre de 2010